15 sept 2008

SOBRE LA FIESTA NACIONAL DE ESPAÑA


Los toros y yo
Por: Antonio J. Quesada
Cualquiera que me conozca un poco es consciente de que la llamada Fiesta Nacional no va conmigo, aunque mi lenguaje cotidiano esté preñado de terminología taurina (el imaginario cultural, es inevitable; también hay ateos que tienen siempre a Dios en la boca). Sirva como ejemplo de mi escasa pasión taurina el hecho de que sólo he acudido dos veces en mi vida a una plaza de toros: la primera fue para escuchar a Torrebruno y Parchís, pueden imaginarse que hace de esto ya unos añitos, y la segunda fue hace no mucho tiempo, para escuchar a Luz Casal y otros artistas en un concierto solidario. Nada de banderillas, estoque de cruceta, descabello y todo eso, por tanto. Aquí y ahora, se me caería una mano antes de tener en ella una entrada para una corrida de toros, que me perdone José Tomás.


No me gusta la Fiesta, como no me gusta ese mundo machista, supersticioso y macho que la rodea, de tipos egocéntricos y peinados hacia atrás, con gomina, rizos jerezanos y mucho pelo de la dehesa en el alma, vírgenes y cristos en los bolsillos y tías buenas rondando. “Más cornás da el hambre” dicen. A lo mejor tendríamos que decirles que “Más cornás da el hombre”. No me gusta la “lex artis” del oficio: no me gusta eso de regodearse en el sufrimiento de un animal, hacer de ello una fiesta a ritmo de pasodoble y culminar la juerga con la mutilación de un pobre cadáver huérfano. No me gusta el macho vestido de fémina que demuestra tener la valentía (innegable, por otra parte) de ponerse delante de un toro y que, arrogante, se hace llamar “matador”. “Matador”, qué feo me parece ser un “matador”. No quisiera ser recordado como “matador”: quiero ser recordado como “vividor”, en cualquier caso. Que maten otros.

Sin embargo, esta fobia personal a la fiesta me generaba también un poco de mala conciencia, las cosas como son: soy mediterráneo, español, y el toro es parte de mí y de mi cultura, ¿acaso debía exorcizarlo? Nuestro paisano César Borgia, por ejemplo, jugaba con los toros en aquella Roma podrida de vicio y arte, asombrando a los italianos, ¿acaso no podía ser parte de mi cultura todo esto, también? “O César o nada”. Una amiga italiana me preguntó una vez, con misterio casi esotérico, si yo conocía a algún torero. Pensaba, casi, que iban vestidos de luces por las calles…

He descubierto la manera de disfrutar del toro sin dañar al animal y sin perder españolidad por ningún costado, para que no me llamen traidor a la Patria, “condedonjulián” o algo así: los (re)quiebros de los recortadores me apasionan, y a ellos me agarro en este naufragio taurino. La lucha desnuda entre el hombre y el toro, en la plaza, sin hierros sangrantes ni muerte final del toro, esto sí es un espectáculo que merece nuestra aceptación. Un baile precioso entre el hombre y el animal donde la habilidad es fundamental. Ya Goya, ese afrancesado preclaro, los retrató en su día: los recortadores me reconcilian con los toros. Lo intenté con los “forçados” portugueses, que también me atraen bastante, pero el recorte es español, y no vamos a reivindicar la españolidad del toro con una habilidad portuguesa (sería como preparar comida italiana con productos alemanes). Para ser nacionalista, aunque sea benigno y aunque sea un ratico, hay que tener un punto de casticismo (y de pelo de la dehesa, añadiría Ortega).

Total, que hoy dedico mi columna a este tema y así me olvido de temas menos agradables: me dedico a reivindicar que se puede ser español, mediterráneo y amar a los toros y, sin embargo (o, precisamente, por todo ello), no disfrutar con esa carnicería macabra de la corrida de toros, de los matadores, de los seis toros seis, del “si el tiempo no lo impide” y de todo eso que debería estar metido en el Código penal. Ojalá todos esos hierros que usan los matadores estén pronto en los museos, como están el garrote vil, la guillotina y todas esas herramientas que alguna vez inventamos para hacerle la pascua al de al lado, fuese animal racional o irracional.
Fuente: Diario La Torre.es
PERÚANTITAURINO
NINGUNA TRADICIÓN POR ENCIMA DE LA RAZÓN