Hace unos años, un profesor de tributación -muy entretenido él- y que, dicho sea de paso, creó la SUNAT (me quedó claro después de escuchárselo una veintena de veces), nos explicaba que, en la gran mayoría de los casos, utilizar la tributación como herramienta para fomentar o redistribuir era una mala idea. La tributación debía ser igualitaria y el gasto, más bien, redistributivo.
Sólo en casos extremos, como el de la Selva, a donde resulta costoso transportar la mercadería, cabían exoneraciones tributarias como aquella realizada con el Impuesto General a las Ventas (IGV). En este caso, los costos de los fletes eran suficiente sobrecarga a los precios que debían afrontar los pobladores.
Ahora bien, viene rondado de manera subrepticia -sobre todo desde que se desató la ola de conciertos que a muchos ha encandilado- la idea de que disminuir los impuestos es una excelente herramienta para poder incentivar los espectáculos culturales.
Pero, para entrar de lleno en el tema del artículo, me entero de que, actualmente y, como mínimo, hasta junio del año entrante, los espectáculos taurinos gozan -porque no hay mejor verbo que pudiera describir esta situación- de exoneraciones del IGV. Qué bonito.
Asumiendo que exonerar del pago de impuestos a actividades sea una política adecuada, no existe -sin duda- actividad más idónea para este beneficio que el regocijo de la lenta perforación de un animal acorralado y su posterior atravesamiento y cercenamiento frente a una multitud que, habiendo pagado nada despreciables sumas, se desviven en gritos y arengas.
En este momento, aparecen los amantes de la fiesta brava -entre los cuales se encuentra, por ejemplo, mi padre: Doctor, buenos días- para señalar de manera acertada la incultura de aquellos que -estúpidamente- no comprendemos que los toros de lidia han nacido, han sido creados y tienen como propósito final ser asesinados salvajemente ante multitudes que se unen en el lenguaje común de los gritos y los olés, del exaltable placer que causa la lenta agonía inducida y la muerte de un animal.
Existe el debate de si estas actividades deberían siquiera permitirse. Pero no vayamos tan lejos. Preguntémonos, aunque sea, si estas actividades merecen realmente ser desgravadas: estar exentas del pago de IGV. En mi opinión, ciertamente no. La medida sólo ensancha de manera grosera los bolsillos de los organizadores de corridas de toros -¿cuál es la justificación para no desgravar, entonces, a otras actividades empresariales?- y también de cierto modo los bolsillos de los asistentes que, para comprar el licor que llena las botas que se pasan de boca en boca, o para comprar sus pañuelitos finos amarrados al cuello, o sombreros domingueros que fotografían tan regio en Circo Beat sí tienen; pero para pagar impuestos -de pronto- no tanto*.
Es por ello que, desde este blog que -ya sé- nadie lee, se apoya no sólo que los espectáculos taurinos paguen el IGV que deberían, sino que además -¿y por qué no?- se les aplique una carga tributaria adicional, tal como se hace con las bebidas alcohólicas y el tabaco. Qué mejor que hacer tributar más a un producto que, cual cáncer, carcome de manera interna el valor primordial que nos distingue del ser que se asesina en la plazuela: la razón. No estaría mal que en lugar de tanta paparruchada, se presentara un proyecto de ley con esto, ¿no?.
Esto es, por supuesto, sólo la primera parte. En la segunda, comentaré el artículo del blog Páginas Taurinas Perú donde concitan la atención sobre lo que ellos llaman un “importante tema taurino” que debe merecer el repudio de todos: pagar impuestos. ¡Habráse visto! Señores del Gobierno, déjenlos en paz, si ya pagan en promedio entre S/. 434 y S/ 3,000 por abono. Sean concientes: la crisis.
Fuente: Homoeconomicus
Prensa
Perú Antitaurino
www.peruantitaurino.org
NINGUNA TRADICIÓN POR ENCIMA DE LA RAZÓN
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